miércoles, 16 de febrero de 2011

La Tercera Cruzada

La Tercera Cruzada, la Cruzada de los reyes, es sin duda la cruzada que más pasiones ha levantado en el gran público. Es una cruzada rodeada de leyendas y con grandes héroes como protagonistas, tanto en el lado musulmán, como es el caso del gran sultán Saladino, o en el lado cristiano, con el rey-caballero Ricardo Corazón de León. 


Antes de entrar de lleno en el desarrollo de la Tercera Cruzada, es necesario explicar los antecedentes que condujeron a la situación existente en Tierra Santa a la llegada de las fuerzas cruzadas de Ricardo Corazón de León o de Federico I Barbarroja entre otros. El ascenso al poder de Saladino, las luchas internas en el Reino de Jerusalén, la batalla de Hattin, o la toma de Jerusalén por las tropas musulmanas merecen un apartado.


            En 1169 Saladino se hizo con el puesto de visir de Egipto, tras la muerte de Shirkuh, que se había autoproclamado visir tras expulsar a Shawar, visir con poca credibilidad debido a sus numerosos patos con los cruzados, sobre todo con el rey Amalrico I.

            Saladino tuvo que hacer frente en Egipto a varios ataques, tanto por parte de los cruzados como por parte de su tío Nur ad-Din, gobernante de Siria, que desconfiaba de la independencia de su sobrino en Egipto. Pero todo giró a favor de Saladino cuando el 15 de mayo de 1174 muere Nur ad-Din y el 11 de junio del mismo año fallece el rey de Jerusalén, Amalrico I, de disentería.

            Cuando murió Nur ad-Din, Saladino va a comenzar una campaña para anexionarse los territorios de su tío. La tradición de los zengis, familia a la que pertenecía, decía que el hijo de Nur ad-Din, as-Salih, debía ocupar su puesto, por lo que Saladino, en una hábil estrategia política, le reconoció como su señor pero a la vez se autoproclamó su regente. Debido a esto se traslada a Damasco y en 1175 es proclamado máximo responsable por el propio califa de Bagdad. Hasta ese momento Saladino era un “atabeg”, un oficial del califa de Bagdad a cargo de una serie de territorios y tropas. A decir verdad, estos generales eran los que ostentaban el verdadero poder, ya que el califa era, desde hace mucho tiempo, un mero símbolo.

            Aun así, Saladino todavía tuvo que hacer frente a los gobernadores de Alepo, también zengis, que se negaban a reconocer su soberanía. Este conflicto entre Saladino y Alepo, no fue aprovechado por los cruzados que, a la muerte de Amalrico I, se vieron enfrascados en luchas palaciegas para ver quien debía ocupar la regencia de Balduino IV, el hijo leproso de Amalrico.

            Entre tanto, en noviembre de 1177 Saladino lanzó un ataque contra el Reino de Jerusalén que se saldó con la victoria musulmana en la batalla de Montgisard, el 25 de noviembre, y con la conquista de la fortaleza de Jacob, en Galilea, el 29 de agosto del año siguiente. En las refriegas palaciegas de Jerusalén, Guido de Lusignan, un caballero de Aquitania, se casó con la hermana de Balduino IV, Sibila, y se convirtió en regente sustituyendo a Raimundo III de Trípoli, aunque poco después, Balduino IV, devolvería la regencia a Raimundo.

            El 13 de noviembre de 1183, Balduino IV abdicó en favor de su sobrino quien subió al trono con el nombre de Balduino V, con Raimundo como regente. Mientras tanto, Saladino aprovechaba estos conflictos internos y conquistó Alepo. Se convirtió así en el dueño indiscutible de Siria y Egipto, y en una amenaza impresionante para los cruzados, cada vez más divididos en intestinas luchas internas. Se había dado la vuelta a la tortilla, ahora los musulmanes eran los que estaban unidos frente al invasor franco, mientras que los cruzados eran los que aparecían desunidos frente al enemigo más poderoso al que habían tenido que hacer frente desde que conquistaran Jerusalén en la  Primera Cruzada.

            En 1186, Balduino V murió, un año antes lo había hecho su tío Balduino IV. Tras una revuelta palaciega, Guido de Lusignan fue proclamado rey de Jerusalén, cosa que Raimundo III de Trípoli no aceptó y se retiró a sus posesiones de Galilea. Insensatamente, Reinaldo de Châtillon, señor de Transjordania y de su espectacular fortaleza de Kerak, rompió una tregua que habían realizado Saladino y los cruzados y asaltó una caravana árabe que iba de El Cairo a Damasco a principios de 1187. El insensato señor cruzado dio al líder kurdo la excusa perfecta para lanzar la ofensiva. El 1 de mayo una avanzadilla del ejército de Saladino dirigida por su hijo Al-Afdal, de unos 7000 hombres, que se dirigía a Nazaret, aniquiló, en la fuente de Cresson, a un pequeño grupo de 90 caballeros templarios y hospitalarios, 40 caballeros locales y unos 300 sargentos montados que, dirigidos por los maestres templario y hospitalario Gerardo de Ridefort y Roger de Moulins, habían acudido a la llamada de socorro de los habitantes nazarenos. Tan sólo sobrevivieron tres caballeros más el maestre templario. Los guerreros cristianos, formaban parte de la comitiva que se dirigía a intentar reconciliar al rey Guido con Raimundo III. Tras esta masacre, la reconciliación fue irrechazable, ya que muchos culparon a Raimundo y sus treguas con Saladino de la muerte de los caballeros.

            El 1 de julio de 1187, Saladino y su espectacular ejército de casi 30000 soldados, asedió Tiberíades, posesión de Raimundo III. Guido convocó en Saffuriyah al mayor ejército cruzado que se reunió hasta la época, unos 1200 caballeros fuertemente armados, 4000 turcópolos y 8000 peones. El ejército se encontraba en un lugar con agua a 26 kilómetros de las tropas de Saladino. Entre los señores cruzados, había dos posturas, aunque no se sabe muy bien quien defendía cada una. La teoría tradicional dice que la estrategia de no atacar y esperar era defendida por Raimundo, y la de marchar al encuentro de Saladino, defendida por nobles como Reinaldo de Châtillon y el maestre templario Gerardo de Ridefort. Pero Tyerman, en su obra, recoge también el testimonio del secretario de Saladino, Imad al-Din, que dice que Raimundo era el impulsor de la idea de socorrer Tiberíades.

            Finalmente, el rey Guido se decidió por atacar e, incomprensiblemente, marchó con su ejército intentando cubrir toda la distancia que le separaba del enemigo en un sólo día, por un terreno donde no había agua y el calor era sofocante. La caballería árabe rodeó al ejército cruzado y lo sometió a un ataque incesante. La infantería cristiana, muy debilitada por los ataques y por la falta de agua, se intentó refugiar en unas colinas gemelas conocidas como los “cuernos de Hattin”. Mientras tanto, la caballería era masacrada por los arqueros montados musulmanes, muy superiores en número. La derrota era segura y Guido no tuvo más remedio que rendirse. Los nobles supervivientes, entre ellos el rey Guido, fueron conducidos a Damasco. Saladino ejecutó a Reinaldo de Châtillon, gesto propagandístico de venganza contra un agresor de lugares santos (Reinaldo había atacado con una flota el puerto de Medina), y a todos los caballeros templarios y hospitalarios, excepto al Gran Maestre templario, Gerardo de Ridefort, que también fue llevado a Damasco. Sólo consiguieron romper el cerco musulmán y escapar unos pocos caballeros, entre ellos Raimundo y Balian de Ibelin. Tiberíades calló al día siguiente de la batalla.

                                              Miniatura en la que se ve a Saladino ejecutando a Reinaldo de Châtillon.


La batalla de Hattin fue un golpe durísimo para el reino de Jerusalén, que prácticamente se quedaba sin defensas, y para la Cristiandad. La pérdida de la Vera Cruz con la muerte de su portador, el obispo de Acre, elevaban la derrota a catástrofe espiritual. El resultado de esta batalla cambió el curso de la presencia cruzada en Tierra Santa para siempre. Poco a poco fueron cayendo ciudades y fortalezas, como Acre, Jaffa, Beirut, sidón, Ascalón o Gaza. A Tiro llegó Conrado de Monferrat, procedente de Europa, y comenzó a organizar las defensas, por lo que éste pasó de largo. Su siguiente objetivo era la ciudad santa, al-Quds, Jerusalén.

            La defensa de la ciudad la organizó Balian de Ibelin, que había ido hasta allí para sacar a su familia de la ciudad. El primer asalto de Saladino fue repelido con éxito y, tras las amenazas de los cristianos de ejecutar a los prisioneros musulmanes y destruir la Cúpula de la Roca y la Mezquita de al-Aqsa, Saladino decidió negociar. Permitió salir de la ciudad a todos los habitantes previo pago de diez dinares por varón, cinco por mujer y uno por niño. La población que pagó fue escoltada a la costa y unos 15000 sitiados fueron hechos prisioneros. La reconquista de Jerusalén fue el gran triunfo de Saladino, que comenzó a ser visto por los musulmanes como un auténtico campeón de la Jihad. Tras la caída de Jerusalén, Saladino fue tomando otras fortalezas y ciudades como Jabala, Laodicea, Saone, Bourzey, Belvoir o Kerak. A principios de 1189 sólo resistían a la ofensiva Trípoli, Tiro y Antioquía. Saladino completó sus títulos. Añadió al de rey victorioso (Al-Malik al-Nasir), el de restaurador del mundo y la fe (Salah al-Dunya wa'l Din) con la reconquista de Jerusalén.

            Estos acontecimientos los visionó de forma extraordinaria el historiador y arzobispo jerosolimitano Guillermo de Tiro, en la década de 1180. Para él, los francos habían perdido totalmente el control de la situación y como el equilibrio se había decantado por las tropas musulmanas, sobre todo por tres causas: el carácter pecador de los cruzados de entonces, en comparación con los anteriores, la pérdida del fragor religioso y de las ventajas militares y de entrenamiento, que se habían trasladado al bando enemigo, y la unificación realizada por Saladino de Siria y Egipto. Hemos visto como los sucesos le dieron toda la razón.

                                            Mapa de la situación política en Tierra Santa en 1190.

El llamamiento a tomar la Cruz

       Las noticias del desastre de Hattin llegaron rápido a Occidente. El arzobispo Joscelino de Tiro partió hacia Europa y llegó a Sicilia, donde relató las nuevas provocando una inmediata respuesta. El rey Guillermo II envió una flota de cincuenta buques con unos 200 caballeros hacia Tierra Santa. El papa Urbano III murió, supuestamente, al escuchar las malas noticias, y su sucesor, Gregorio VIII, promulgó una bula, “Audita Tremendi”, en la que autorizaba una nueva expedición a Oriente haciendo hincapié en el peligro que corría Jerusalén, ya que todavía no se sabía que la ciudad había caído, y responsabilizando de los desastres a toda la cristiandad, poniendo a todos los cristianos en la obligación de arrepentirse de los pecados e intentar enmendar los errores contribuyendo a la nueva campaña. La respuesta no se hizo esperar, fue arrolladora.

            El fenómeno que se ha visualizado con este inicio de la nueva cruzada, ha sido la reinvención del concepto mismo de cruzada, según autores como Tyerman, o la desnaturalización de las mismas, según otros autores como Carlos de Ayala. En lo que coinciden ambos autores, así como la mayoría, a excepciones de algunos como Richard, que vio más un cambio espiritual, es en la secularización de las cruzadas. Carlos de Ayala describe principalmente dos cambios, la creación de impuestos para las cruzadas y la introducción de técnicas negociadoras en la guerra en Tierra Santa. Tyerman añade unas predicaciones más organizadas y con fines también políticos y la novedad del transporte marítimo. Se ve como, entre otras cosas, la cruzada se va politizando. Esta Tercera Cruzada será la de los grandes reyes, que por supuesto no sólo iban por motivos de fe.

            Con el objetivo de movilizar a la cristiandad, se usaron todos los medios posibles. Todo se preparó a conciencia. La publicación de la bula de Gregorio VIII esperó a que Joscelino de Tiro llegase de Sicilia, para causar un efecto positivo al llamamiento. Como se ha dicho, la publicación hacía mucho hincapié en la necesidad de enmendar los errores cometidos y limpiarse del pecado mediante la Guerra Santa. Entre estos mensajes de penitencia, se imponían elementos que reforzaban la teoría como ayunos y una tregua de siete años a todos los príncipes cristianos. Una cosa clara es que todo estaba muy meditado. La publicación de la bula se realizó en un ambiente de seguridad absoluta, creado por la decisión de Guillermo II de mandar su flota, la precipitada toma de la cruz por parte de Ricardo de Poitou en Tours, en noviembre de 1187 o la toma de la cruz por varios señores germanos. Aunque el encargado de realizar el llamamiento fue más bien Clemente III, sucesor de Gregorio VIII, que estuvo sólo un mes en el poder.

            A parte del elemento político, no hay duda de que la pérdida de la Vera Cruz y de Jerusalén causaron un tremendo sentimiento de culpa y cólera, que se vio reflejado en el masivo reclutamiento. Además, los predicadores y publicitas sabían muy bien como avivar estas sensaciones. “La sangre de Cristo clama pidiendo ayuda”, proclamó Pedro de Blois. Los legados pontificios escogieron a eclesiásticos de las diferentes regiones para difundir el mensaje, y así salvar la posible barrera de la lengua. También fueron elegidos para esta tarea laicos, como Esberno en Dinamarca, que hizo alusión a su pasado vikingo para enaltecer a los demás nobles.
            A pesar de ese sentimiento religioso, el éxito del reclutamiento dependía mucho del apoyo secular. Allí donde los monarcas no tomaban la cruz, los nobles tampoco se entusiasmaron mucho, como el caso de Canuto VI en Dinamarca, Sverre de Noruega o Guillermo el León de Escocia. Sin embargo, en Francia, Germania e Inglaterra el apoyo regio estuvo presente siempre en las campañas de predicación.

                                            
                                                                              Papa Gregorio VIII


Dentro de esa meticulosa preparación de la propaganda cruzadista, el mejor escenario posible era la ceremonia litúrgica de la misa, que se centraba en los sufrimientos de Cristo y el arrepentimiento. Además intentaban que las campañas de predicación coincidieran con festividades importantes. El testimonio personal de Gerardo de Gales sirve como ilustración de la importancia del ritual, más que del mensaje en sí. En Haverfordwest hizo que más de 200 hombres tomaran la cruz, pero predicó en latín y francés, lenguas que pocos conocía. El contexto religioso ceremonial destacaba el mensaje, lo hacía inteligible y arrollador. Al predicar en la misa, se escogía entre seguir a Jesucristo o rechazarlo en presencia de su cuerpo y su sangre. La utilización de accesorios como reliquias o ayudas visuales también estaba muy al día. Según el historiador iraquí Ibn al-Athir (1160-1233), circulaba por Occidente un retrato en el que se mostraba a Cristo siendo abofeteado por un árabe.

            El objetivo se había conseguido a grandes rasgos, y con una ayuda inestimable de los monarcas que tomaron la cruz. En Gisors, Enrique II de Inglaterra y Felipe II de Francia tomaban la cruz en presencia de Joscelino de Tiro. En Maguncia, el 27 de marzo de 1188, en una reunión enorme apodada la “curia Christi”, la “corte de Cristo”, recibía la cruz el emperador Federico Barbarroja. En Gisors fue también donde se creó, por los reyes de Francia e Inglaterra, el impuesto conocido como el “diezmo de Saladino”, según el cual se recaudaba un 10% de los bienes muebles para la causa cruzada. Estos impuestos ya tenían sus precedentes. En 1166, el mismo Enrique II y Luis VII de Francia ya habían creado un impuesto parecido. Por supuesto, al tomar la cruz, los “crucesignati” estaban exentos de pagar este impuesto así como de pagar las deudas y de responder ante ciertos procesos judiciales. Este también era un método muy efectivo de reclutamiento, muy relacionado con esa reinvención de las cruzadas, con esa secularización. El “diezmo de Saladino tuvo un gran impacto sobre el reclutamiento. Según Roger de Howden, “todos los hombres ricos de sus tierras [las e Enrique II], tanto clérigos como laicos, acudieron en masa a tomar la cruz”. No sólo esperaban la exención del impuesto, sino la capacidad de recaudarlo en sus tierras. Los métodos habían sido variados, pero el objetivo se había alcanzado. Un gran número de hombres tomaron la cruz con gran entusiasmo, ya fuese por motivos religiosos o políticos. El mensaje se había entendido a la perfección.

            No hay que olvidar ciertos acontecimientos que ensombrecieron esta gigantesca labor de reclutamiento, como las agresiones antisemitas que se produjeron en Inglaterra. En la cuaresma de 1190 grupos de cruzados ingleses asaltaron las casas y establecimientos de centros comerciales como Stamford. En York, la persecución y violencia contra los judíos alcanzó un punto culminante cuando se dirigió un ataque conjunto que terminó con el suicidio masivo judío y la consecuente masacre de los supervivientes. En un acto cargado de simbolismo religioso, los cruzados fueron a la catedral de York, manchados de sangre, para destruir los bonos de crédito judíos allí depositados. Los judíos eran enemigos de la religión, del cristianismo. Eran los traidores de Cristo, igualados en malicia a los musulmanes y a los herejes.

La financiación de la Cruzada.

            En Germania, el emperador Federico Barbarroja dejó claro que los cruzados debían costearse su propio material y pasaje, así como que el reclutamiento debía organizarse desde los magnates locales y las comunidades urbanas. Su séquito militar, muy amplio, era otro tema. Aquí el emperador gastó sus propios fondos, aumentados con un impuesto sobre los judíos y una especie de tasa sobre los hogares que estaban en las tierras del rey. De esta forma, el grueso de su gigantesca fuerza, según algunos de 20.000 caballeros y 80.000 soldados de infantería, no fue ni reclutado ni financiado por la corona, lo que puede explicar la desbandada general tras la muerte accidental del emperador.

            Felipe II de Francia fue incapaz de recaudar con éxito el “diezmo de Saladino” por lo que, unido a su falta de autoridad efectiva fuera de las tierras regias, provocó que su contingente personal fuese de sólo dos mil caballeros y escuderos. La enorme contribución francesa llegó de la mano de nobles.

            Sin embargo, Ricardo Corazón de León si hizo efectivo el recaudamiento del “diezmo de Saladino”, lo que le permitió tener a sueldo directo del rey un ejército de unos 6.000 hombres y una flota de más de 100 navíos. Además del citado impuesto, Ricardo, según dice Roger de Howden, puso en venta todo lo que tenía: cargos, señoríos, condados, prefecturas, castillos, ciudades, tierras, etc. Se dice que hubiese puesto en venta incluso a la propia Londres, si hubiese encontrado un vendedor.

            La capacidad de transformar unas tropas voluntarias en un ejército remunerado, ayudará enormemente a la autoridad y la cohesión de esas fuerzas. Es por ello que Felipe II intentará aumentar su control sobre las enormes pero dispares fuerzas francesas concediendo subvenciones a ciertos nobles. El rey francés entrará en conflicto con el inglés por pagar los sueldos de las tropas independientes y así hacerse con su control. 

La llegada de los primeros cruzados. Guido asedia Acre.

            Si bien el proceso de reclutamiento fue similar en ciertos aspectos, la respuesta militar dependió de las circunstancias locales. Los primeros en llegar a Tierra Santa van a ser los estados marítimos italianos. En 1188, Guillermo II de Sicilia envió una flota de unos 50 navíos a las órdenes del almirante Margaritone de Brindisi, que fue de gran ayuda a la hora de proteger Antioquía y Trípoli. Sin embargo, la muerte del monarca siciliano en noviembre de 1189 terminó con el socorro siciliano. Los pisanos, mandaron una flota dirigida por el arzobispo Ubaldo, legado pontificio, que llegó a Tierra Santa a principios de 1189 para apoyar las operaciones terrestres. El mantenimiento del puerto de Tiro fue crucial, ya que sirvió para establecer una base de estas armadas que iban llegando.

            Además de los sicilianos y los pisanos, a finales de 1188 o principios de 1189 llegaron otros occidentales como Godofredo de Lusignan, hermano del rey Guido. La situación que se encontraron estos primeros refuerzos occidentales era la descrita con anterioridad. Las únicas tres ciudades importantes que resistían eran Tiro, Trípoli y Antioquía. Sin embargo, el poder de Saladino no era absoluto. Había resquicios por donde comenzar a preparar una nueva ofensiva cristiana. La renuncia a la conquista de Tiro, tras la excepcional defensa organizada por el recién llegado Conrado de Montferrat, dejó en manos cristianas una plaza que, como ya hemos visto con el elemento naval, era de vital importancia. Si unimos la conservación de Tiro a la característica política diplomática de Saladino, según la cual prefería pactar antes que usar las armas, y mantenía la tradición de liberar a sus enemigos a cambio de beneficios, permitió, según el historiador iraquí Ibn al-Athir, el reagrupamiento de los francos. A pesar de conseguir importantes plazas como Mont-réal o Beaufort, a cambio de nobles francos prisioneros como Umfredo de Toron o Reinaldo de Sidón respectivamente, con la política de cambios, Saladino también permitió que la resistencia cristiana se reforzase con esos veteranos caballeros. Para los cristianos, la recuperación no parecía del todo imposible.

            Uno de esos prisioneros liberados fue el rey Guido de Jerusalén. Rompió su juramento de libertad por el cual tenía que abandonar Tierra Santa y reagrupó a su familia y partidarios en torno a Trípoli y Antioquía. También es cierto que con la vuelta de los líderes cruzados cautivos se avivaron ciertas tensiones políticas. Guido se dirigió con su pequeño ejército a Tiro, a reclamar lo poco que quedaba del antiguo reino de Jerusalén, del que todavía era rey. Conrado de Montferrat se negó alegando tener derechos de conquista sobre la ciudad, y prohibió la entrada a la ciudad a Guido. Como respuesta, el rey sin reino se atrincheró a las afueras de la ciudad pero, tras cuatro meses sin conseguir nada, se le agotaban las opciones. La llegada de refuerzos de Occidente, en la primavera de 1189, con los pisanos a la vanguardia, dio al marido de Sibila ciertas alternativas. Los pisanos, tras varias discrepancias con Conrado, se unieron a Guido, que además tenía fama de heroico defensor de la cruz y seguía siendo el rey legítimo de Jerusalén. Los reputados templarios también apoyaban al rey, pese a que los hospitalarios hiciesen lo propio con Conrado. Guido decidió realizar una maniobra que, de inicio, parecía muy arriesgada, pero que con las perspectivas puestas en los importantes refuerzos que están llegando desde Occidente, no es tan alocada. Se puso rumbo al sur con su considerable fuerza de choque, rumbo a Acre.

            El 28 de agosto de 1189 establece su campamento frente a la muy bien defendida ciudad musulmana y, antes de que acabase septiembre, se le habían unido unos refuerzos mixtos provenientes de Dinamarca, Germania, Flandes, Frisia e Inglaterra, así como un numeroso grupo de franceses dirigidos por Jaime de Avesnes. Jaime era un noble de gran caballerosidad y sabiduría, convertido en héroe tras su muerte en la batalla de Arsuf en 1191. A su llegada se hizo cargo del ejército cruzado, probablemente debido a sus vínculos con la corte francesa. Al llegar a Acre, Guido lanzó un ataque sin éxito a las murallas y estableció un campamento fortificado en la llamada colina de Toron.

            Saladino se mostró con su ejército en la ciudad sitiada tres días después de la llegada de Guido. Estableció contacto con los defensores sitiados y lanzó, el 15 de septiembre, un ataque al campamento cristiano que tampoco tuvo éxito. Conrado de Montferrat y sus tropas de Tiro se habían unido a Guido, por lo que al menos, políticamente, el rey había ganado una batalla. También se habían unido las tropas de Luis III, langrave de Turingia, que antes de llegar a Acre había convencido a Conrado de que ayudase al ejército cristiano. Luis III compartirá, a partir de ahora, el liderato de las tropas recién llegadas junto a Jaime de Avesnes. Con estos refuerzos, el ejército cristiano sumaba más de 30.000 hombres. El 4 de octubre, Guido lanzó un brutal ataque al campamento de Saladino que se saldó con muchísimas bajas en ambos bandos, incluida la del maestre templario Gerardo de Ridefort, que había sido liberado también, pero que tampoco tuvo éxito. Ibn Shaddad afirmó que, tan sólo en el ala izquierda del ejército cruzado, habían muerto más de 4.000 hombres. Aun así, Saladino tuvo que retirarse de la primera línea de asedio.

Los dos bandos recibían refuerzos y ninguno conseguía aventajar al enemigo, por lo que se inició una guerra de trincheras animada por frecuentes escaramuzas. Saladino, al enterarse de que Federico I estaba de camino con un gran ejército, había enviado a Ibn Shaddad a convocar la “yihad” entre los aliados del norte de Siria y de Iraq. Estas tropas yihadistas llegarían al lugar del asedio a finales de la primavera de 1190. En los meses posteriores al otoño de 1189, continuaron llegando refuerzos de Occidente mediante numerosas armadas, aunque no había avances en el asedio. Esta situación de “empate” molestó a ciertos sectores islámicos que achacaban a Saladino cierta falta de iniciativa así como ciertos actos de fraternidad entre los guerreros musulmanes y los cristianos.


            En la nueva época de campaña de 1190, se comenzaron a perfilar ciertos ataques. El 28 de abril los cristianos lanzaron un ataque, con tres enormes máquinas de guerra, sobre las murallas de Acre. Saladino respondió atacando el campamento cristiano y tras un cruento enfrentamiento que duró una semana, el 5 de mayo las torres de asalto cruzadas fueron destruidas. Tras algunas pequeñas incursiones musulmanas, el ejército cristiano salió a hacer frente al musulmán el 25 de julio. Se perfilaba un gran enfrentamiento general, que podía ser definitivo. Debido quizá, a ciertos actos de indisciplina, el ejército cristiano fue humillado y perdió más de 4.000 soldados. A punto estuvieron de huir y levantar el asedio, pero la nueva llegada de más refuerzos, tres días después de la batalla, al frente de Enrique II, conde de Champaña, lo evitó. Estas nuevas tropas francesas eran la vanguardia del ejército que Felipe II de Francia estaba preparando. Traía consigo numeroso material de asedio, posiblemente en piezas prefabricadas, así como a otros nobles franceses como Teobaldo de Blois, Esteban de Sancerre o Roberto de Clermont. Al llegar, se apoderó del mando efectivo del ejército cristiano, debido al mayor número de tropas cruzadas de Occidente que de francos de Tierra Santa al mando de Guido y Conrado, y reanudó el bombardeo de las murallas de Acre con el material que traía.

            Lo cierto es que si la suerte de los estados cruzados hubiese dependido de la reacción en Occidente, Saladino habría expulsado a los francos para siempre, ya que el primero de los grandes ejércitos en partir hacia Tierra Santa, el del emperador Federico, partió casi dos años después de Hattin. Pero como se ha explicado, la resistencia franca en “outremer” la lideró el recién llegado Conrado rompiendo el asedio de Tiro y el recién liberado Guido con sus movimientos hacia Acre, teñidos de una cierta codicia personal por recuperar el poder. Otro personaje importante en la resistencia franca hasta la llegada de refuerzos fue el ya mencionado arzobispo Joscelino o Josías que, enviado por Conrado a Occidente, ya se ha visto como influyó en la preparación de la nueva cruzada, visitando las distintas cortes europeas con artimañas como una pintura que mostraba a un guerrero musulmán atacando el Santo Sepulcro mientras su caballo orinaba sobre él.

            Pero ahora, consolidado el frente en Acre y su asedio, las miradas estaban puestas en otro lado. Por el norte, cruzando medio continente europeo, se acercaba un ejército que hacía temblar el suelo a su paso. Era el ejército del emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, Federico I, más conocido como Barbarroja, por el color de su barba.

El periplo de Federico Barbarroja.

             La ceremonia en la que, el 27 de marzo de 1188, Federico tomo la cruz de manos del legado pontificio Enrique de Albano en Maguncia, significó la consolidación de una nueva situación en la política europea, basada en la alianza entre el imperio y el papado, tras muchos años de negociaciones que no habían dado frutos. Esta alianza, sellada en Estrasburgo en abril de 1189, creaba el contexto preciso y necesario para la preparación de la campaña cruzada en Oriente. Los conflictos políticos se resolvieron gracias a la necesidad de unidad por una causa mayor, y, de ese modo, la autoridad del emperador aumento notablemente. La dieta de Maguncia se llamó la “curia de Cristo” y, bajo la simbólica mirada del hijo de Dios, único señor que reconocía sobre sí el emperador, Federico tomo la cruz. A él, y ahora que había resuelto los problemas con el papado que retenían su atención, le correspondía liderar la cruzada para recuperar Jerusalén. Y se encargó de realizar una campaña de propaganda intensa, para que la cristiandad así lo reconociera. Se dice que distribuyó por todo Occidente una carta dirigida a Saladino en la que le exhortaba a abandonar Tierra Santa y le retaba a un enfrentamiento campal el día de Todos los Santos de 1189.

   Federico I Barbarroja ataviado como un cruzado, con la cruz bordada en el pecho y representada en el escudo.                          Miniatura de un manuscrito del año 1188.

En la campaña que preparó el emperador, la influencia del pasado, de las dos primeras cruzadas, estaba muy presente, aunque siempre de una forma correctora, intentando mejorar y corregir los errores del pasado. El emperador incluso llegó a recibir una nueva edición de la clásica historia de la Primera Cruzada de Roberto de Reims, para estar al tanto de todo. El gran parecido con las experiencias anteriores era el modo de llegada a Tierra Santa. Se había sopesado el transporte marítimo pero, por falta de logística debido a la enormidad del ejército, se eligió la vía terrestre. Se intentó facilitar el camino mediante negociaciones diplomáticas con los distintos soberanos de los distintos territorios por los que las huestes germánicas tenían que pasar, incluyendo los turcos selyúcidas del Sultanato de Rum. Estas negociaciones de carácter constructivo con los turcos del Sultanato de Rum e incluso, como dicen algunas fuentes, con Saladino, demuestran la tenacidad y determinación con la que el emperador buscaba cumplir el objetivo, tomar Jerusalén. Federico se veía como un caballero de Cristo, obligado a conquistar la Ciudad Santa, no a ser martillo de infieles.

            Al conducir un inmenso ejército, algunas fuentes dicen que de 100.000 hombres (20.000 caballeros y 80.000 soldados de infantería), la falta de disciplina que se había producido en el pasado era incompatible con la victoria. Durante el camino a Asia Menor, revisó hasta dos veces los códigos disciplinarios que se aplicaban a todos los integrantes del ejército, y estableció un sistema de justicia y castigo que juró toda la hueste. Los comportamientos inciviles se castigaban con la pérdida de las manos y el robo con la muerte. En Viena purgó al ejército de elementos poco morales, como las prostitutas. Como relata Ibn Shaddad a causa de una carta enviada a Saladino por Gregorio IV, el patriarca de la iglesia armenia, el ejército germano se estaba labrando una reputación de orden y piedad.

            El ejército se concentró en Ratisbona el 23 de abril de 1189, según lo acordado en Maguncia, para comenzar con la marcha hacia Tierra Santa. La fecha de reunión no fue elegida al azar. Entraba dentro de la campaña de propaganda del emperador. Era el día de la festividad de San Jorge, santo armado, caballero santo de Cristo, como se veía Federico. El 11 de mayo comenzó a bajar por el Danubio en un avance rápido y pacífico, que los llevó a pasar por Viena y luego por Bratislava, donde se promulgaron los códigos de disciplina. El 4 de junio el gran ejército llegaba a tierras húngaras donde fueron recibidos con mucha hospitalidad por el rey Bela III y la reina Margarita, debido a su interés de alinearse con Occidente para preservar su independencia de Bizancio. Suministraron víveres a los cruzados así como acceso a sus mercados. El 2 de julio llegaban a la frontera con Bizancio, en la zona balcánica de Branitz.

            En Bizancio existía una tradicional hostilidad hacia Occidente, acrecentada por el cisma religioso, y un cierto miedo a que el objetivo último de las aventuras cruzadas fuese el de conquistar los territorios del imperio. La falta de control efectivo sobre los territorios balcánicos empeoraba la situación ya que las tropas germánicas se veían asaltadas por merodeadores. Además, las actuaciones diplomáticas del emperador Isaac II tampoco mejoraban la difícil situación, con el encarcelamiento de embajadores de Federico o los contactos con Saladino, que informaban al líder kurdo del avance germano.

            El avance del ejército siguió pese a los ataques de los lugareños y, el 13 de agosto, llegaban a Sofía, donde descubrieron que Isaac II había cerrado los mercados. El paso por las montañas costó varios enfrentamientos armados y el 24 de agosto los cruzados llegaron a Filipópolis, que encontraron desalojada y con las defensas destruidas por orden del emperador bizantino. Los griegos exigían un buen comportamiento de las tropas de Federico así como la entrega de una parte de las futuras conquistas. Debido a la superioridad aplastante de su ejército, el emperador germano no estaba dispuesto a pactar. Tenía entonces que resolver una cuestión principal para sus objetivos: la manera de cruzar el paso hacia Asia Menor.

            Barbarroja decidió comenzar a presionar a los bizantinos para que cediesen y asistiesen a su ejército. Eligió Adrianópolis como sede, comenzó la ocupación de Tracia y comenzó a pactar con los rebeldes balcánicos. Llegó incluso a pensar en atacar la propia Constantinopla, ordenando a su hijo y heredero Enrique, que se había quedado en Occidente consolidándose como futuro rey de Sicilia, preparar una flota para sitiar la capital imperial así como negociar con el papa una bula de cruzada dirigida contra el cismático emperador Isaac II. El emperador griego, ante esta situación, se vio obligado a retomar las conversaciones y finalmente capituló. El 14 de febrero se firmó un tratado en la iglesia de Santa Sofía, en la capital imperial. Se permitía el libre paso del ejército germánico por tierras bizantinas, el libre acceso a los mercados con tasas de cambio razonables así como la asistencia para cruzar el Helesponto por Galípolis. Federico se comprometía a no pasar por Constantinopla y a no realizar saqueos en las tierras imperiales. Aunque al final el capítulo terminó bien, el ejército se había demorado más de seis meses, lo que permitió a Saladino preparar las defensas del norte de Siria. Cruzaron el Helesponto entre el 22 y el 28 de marzo, y pusieron rumbo a la frontera selyúcida intentando pasar el mayor tiempo posible en tierras bizantinas.

            El ejército puso rumbo hacia la capital del sultanato, Konya, la antigua Iconio. Todas las negociaciones que se habían estado produciendo con los turcos para asegurarse el paso por sus tierras se rompieron cuando Qutb al-Din usurpó el trono a su padre Kilij Arslan II y se preparó para oponer resistencia a los germanos. No hay que olvidar que Qutb al-Din era yerno de Saladino. Además, la zona estaba repleta de turcomanos nómadas, independientes a cualquier poder, que no paraban de hostigar al ejército cruzado. Hubo un fuerte enfrentamiento con estos nómadas en el cual, la división que lideraba el duque Federico de Suabia, hijo del emperador, sufrió bajas importantes e incluso el propio duque perdió algunos dientes alcanzado por una piedra. La situación comenzaba a ser complicada debido al ataque constante de los turcos así como a la escasez de agua y de alimentos. Comenzaron a producirse algunas deserciones e incluso algunos cruzados se dejaban caer en el camino, muertos de agotamiento, pero gracias a la férrea disciplina la gran hueste consiguió llegar hasta la capital del sultanato, Konya. En las afueras de la ciudad, el 18 de marzo, tuvo lugar una batalla entre los germanos y el ejército de Qutb al-Din. El ejército cruzado venció y la ciudad turca cayó rápidamente, quedando a merced del pillaje y el saqueo. Esta victoria salvó la campaña permitiendo a los germanos aprovisionarse de nuevo. Kilij Arslan II tomó de nuevo el poder y firmó un tratado por el cual permitía el paso a los germanos por sus tierras. Por si acaso, Federico llevó consigo varios rehenes turcos importantes. El 23 de mayo Barbarroja y su ejército dejaban Konya y el 30 de ese mes alcanzaban la frontera con la Cilicia cristiana. El emperador había conseguido lo que muchos otros no pudieron. Había cruzado Asia Menor hasta adentrarse en territorio cristiano con su ejército intacto en lo esencial.

            Pero este gran logro se quedó en nada por culpa de un accidente. De camino a Antioquía, intentando cruzar el río Salef, el gran emperador Federico I Barbarroja murió. No se sabe cómo cayó al río, pero murió de un infarto probablemente provocado por la conmoción de caer al agua fría. Hay algunos autores que tienen la teoría de que se metió en el agua para refrescarse y se ahogó, algo poco creíble, aunque contado también por cronistas de la época, como un clérigo alemán anónimo: “El emperador, insensible a los peligros y deseando refrescarse y evitar unas elevadas cumbres montañosas, decidió salvar a nado las profundas aguas del río Salef”. De todos modos, hay que tener en cuenta que el emperador era ya un anciano. El 10 de junio de 1190 el emperador murió en el río Salef. La muerte del líder cruzado sumió a todo el ejército en una enorme depresión y conmoción. La moral de los soldados estaba por los suelos. El gran ejército comenzó a desintegrarse, cosa que evidenció que Federico era el principal motivo de unión. La mayoría de los soldados regresaron a casa y el ejército que se mantuvo unido, continuó hacia Antioquía a las órdenes del duque Federico de Suabia. Llegaron al bastión cruzado el 21 de junio con un problema más que menguó la ya pobre hueste, las enfermedades. El cuerpo del fallecido emperador fue cortado y hervido para mejorar su preservación. La carne fue enterrada en la catedral de San Pedro, en Antioquía, y los huesos descarnados, tratados como reliquias, estaban destinados al Santo Sepulcro, pero al final fueron enterrados en la iglesia de Santa María, en Tiro.

            El 29 de agosto Federico de Suabia retomó el camino hacia el sur desde Antioquía. Tras sufrir nuevas bajas por diversos ataques turcos, finalmente el 7 de octubre de 1190 llegaba al campamento cristiano en Acre con los restos de la otrora enorme hueste germánica. La situación en el puerto de San Juan de Acre no era muy alentadora. El sitio no avanzaba y al tiempo de la llegada germánica se marchaba Luis de Turingia. La llegada de nuevos refuerzos avivaba las rivalidades nacionales, y con la llegada de la vanguardia inglesa, encabezada por el arzobispo Balduino de Canterbury, se acentuaron estas tensiones.

            En octubre de 1190, una enfermedad mató a la reina Sibila de Jerusalén y a sus dos hijas, por lo que volvió a aflorar la controversia del trono jerosolimitano. Algunos varones de ultramar, liderados por Balian de Ibelin y su esposa María Comnena, madre de la nueva heredera Isabel, querían que Conrado fuese elegido rey por encima de Guido. Para ello necesitaban que Isabel se divorciase de su actual marido, Umfredo III de Toron, reputado por dominar el árabe y por ser, según algunos, algo afeminado, y se casase con Conrado. El hecho de que Conrado ya tuviese una esposa en Constantinopla y, posiblemente, otra en Italia, no ayudaba. Los germanos, los franceses, el legado pontificio y el arzobispo de Pisa se pusieron del lado de Conrado, mientras que el patriarca Heraclio y Balduino de Canterbury se alinearon tras Guido. Sin embargo, una nueva muerte súbita dirigiría los acontecimientos. El 19 de noviembre el arzobispo Balduino moría y cinco días después, Isabel se divorciaba y se casaba con Conrado. Las opiniones en torno a este matrimonio estaban divididas pero, sus partidarios, pudieron celebrar, al año siguiente, el hijo barón que nació de esa unión. Sin embargo, para el ejército cristiano supuso una fuerte división, ya que Guido insistía en que era el único rey legítimo.

            Para colmo de males, el 20 de enero de 1191 Federico de Suabia moría tras una dura enfermedad. Se le enterró en el cementerio del hospital de campo que habían fundado en Acre varios ciudadanos germanos. Se había consagrado a Santa María de Jerusalén, en recuerdo del existente en la Ciudad Santa. En 1196 esta comunidad de asistencia a enfermos se organizó como orden religiosa y en 1198 se impuso la obligación de luchar contra el infiel, naciendo así la orden militar conocida como Orden Teutónica del Hospital de Santa María de Jerusalén, los caballeros teutónicos. Esta orden es el legado germano más importante de esta tercera cruzada. Finalmente, lo que había comenzado como una campaña perfecta y cubierta de éxitos, se había torcido accidentalmente en el río Salef, y únicamente había dejado en Acre una nueva esperanza por la llegada de otros refuerzos, refuerzos que venían por mar. Los ejércitos de los reyes de Francia e Inglaterra.

El viaje anglo-francés.

            Uno de los grandes escándalos de la época fue la tardanza con la que se pusieron en marcha las expediciones francesas e inglesas. Antes incluso de que partieran los reyes, Federico Barbarroja había muerto. Aunque si se tienen en consideración los numerosos problemas internos que sufrieron ambos reinos, la realidad es diferente. La preparación de las expediciones más bien destaca por su rapidez que por su lentitud. Ni siquiera la muerte en el parto de la esposa de Felipe, la reina, y los dos gemelos que iba a dar a luz, el 15 de marzo de 1190, retrasó la partida.

            En una conferencia de paz celebrada el 4 de julio de 1189, con propósito a los numerosos conflictos que mantenía, Enrique II, Felipe II y Ricardo de Anjou, acordaron reunir los ejércitos para partir a Tierra Santa en Vézelay, a finales de febrero de 1190. Otro problema surgió tres días más tarde, aunque tampoco demoró en demasía la partida, la muerte de Enrique II. También es cierto que, mientras los reyes hacían los preparativos, las avanzadillas franco-inglesas ya habían llegado a Outremer, con nobles como Jaime de Avesnes o el ya conocido arzobispo Balduino de Canterbury.

            En un principio, parece que Enrique decidió realizar la expedición a pie, y por ello se puso en contacto, en 1188, con Federico Barbarroja, Bela III de Hungría e Isaac II, solicitando el paso seguro de sus ejércitos. Pero la decisión de Ricardo de ir por mar, quizás alteró los planes de su padre que, para adelantarse a su hijo, comenzó los preparativos de un viaje por mar, entablando conversaciones con su yerno Guillermo II de Sicilia.

            Tras la muerte de Enrique, Ricardo era finalmente coronado rey el 3 de septiembre de 1189 en Westminster, y pasaba a hacerse cargo de toda la preparación cruzada del reino. Como ya se ha comentado, el hecho de poder contar con el “diezmo de Saladino” otorgó al rey inglés una ventaja notoria frente a su correlativo francés, permitiendo a Ricardo dirigir una flota de 219 embarcaciones y unos 17.000 hombres, además de permitirle alquilar material y contratar hombres una vez en Tierra Santa. Sin embargo, la fuerza cuyo transporte pagó Felipe a los genoveses para que la trasladasen a Tierra Santa, era de unos 2.000 hombres.

            Finalmente, y con algo de retraso en relación a la fecha acordada, el 4 de julio de 1190 partían los reyes con sus ejércitos de Vézelay. El comienzo del viaje lo hicieron juntos, sólo con las tropas del séquito más inmediato, y poco a poco se les fueron uniendo más soldados. En Lyon los reyes se separaron. Felipe se encaminó a Génova y Ricardo hizo lo propio hacia Marsella, donde llegó el 31 de julio.

            Marsella era el punto de reunión que Ricardo había acordado con sus tropas, tropas que habían partido en tres flotillas distintas. Una partió de Inglaterra, de Dartmouth, en abril de 1190; otra, dirigida por Ricardo de Camville y Roberto de Sablé zarpó de la desembocadura del Loira a finales de junio y la tercera, a las órdenes de Guillermo de Fors, partió de Oléron a mediados de julio. El primer punto de reunión de las tres flotas era en Lisboa, donde soldados de las dos primeras flotillas atacaron el barrio musulmán y el judío, violando y saqueando también a la población cristiana, hasta que Sancho I de Portugal consiguió poner orden a la situación. Las tres flotas, ya unidas, llegaron al siguiente punto de reunión, Marsella, tres semanas tarde, el 22 de agosto. Antes de eso, en Marsella, Ricardo se había impacientado y, cansado de esperar, había partido hacia el siguiente lugar de reunión, Mesina, no sin antes enviar a parte de su flota hacia Tierra Santa, a las órdenes del arzobispo Balduino. El 23 de septiembre Ricardo entraba en Mesina con altas dosis de magnificencia. Felipe había entrado en Mesina una semana antes y, la tranquilidad con la que Ricardo realizó el viaje entre los dos puertos mediterráneos, permitió que su llegada a Mesina concidiera con la del grueso de su flota, la que venía de Lisboa.

            La estación, a la llegada a Mesina, estaba ya demasiado avanzada, por lo que el viaje a Tierra Santa tendría que esperar a la primavera siguiente. Esto significaba pasar el invierno en Sicilia, donde la situación no era nada fácil. Guillermo II había muerto en noviembre de 1189, y por ello se había creado una disputa sucesoria. Tancredo, un primo del rey, se había apoderado de la corona, que le era disputada por su tía Constanza y su esposo, Enrique VI, hijo mayor de Federico Barbarroja. La región era un auténtico polvorín, ya que se esperaba la conquista de Enrique VI y, además, se estaba fraguando una revuelta musulmana en la isla. Los disturbios que se produjeron entre lugareños y hombres de Ricardo movieron al rey a saquear Mesina, incluso con Felipe II en su interior. Poco importó que la población estuviese compuesta por cristianos aliados. Tancredo no pudo aguantar tanta presión y entregó a Ricardo un importante botín, como sustitución de lo que Guillermo II había legado en su testamento a su suegro Enrique II, y el usufructo de la viuda Juana, hermana de Ricardo, que había quedado en situación de arresto domiciliario. Para respetar los pactos de Vézelay, Ricardo entregó un tercio de este dinero a Felipe. El rey francés recibió otro suculento tesoro cuando Ricardo le pagó 10.000 marcos para liberarse de la obligación de casarse con su hermana Alix, y así prometerse a Berenguela de Navarra, hija de Sancho VI, que llegó a Mesina escoltada por Leonor de Aquitania, a finales de marzo de 1191. Por esas fechas, el 20 de marzo, Felipe ponía rumbo a Acre, donde desembarcó el 20 de abril. Ricardo partió con su flota de 219 barcos y 17.000 hombres el 10 de abril con rumbo a Creta.

                              Ricardo y Felipe discuten en Mesina (Les Chroniques de France ou de St-Denis, siglo XIV)

           Tres días más tarde de la partida de Ricardo, ya en alta mar, comenzó a soplar un viento tempestuoso que provocó que la flota no se pudiese mantener unida. Unos 25 barcos quedaron aislados, incluyendo el que transportaba a Juana y a Berenguela. Ricardo esperó noticias en Rodas, donde llegaron las que decían que los barcos habían sido transportados hasta las costas chipriotas. Los que no habían podido mantenerse a distancia de la costa habían sido mal recibidas por los lugareños. Desde 1184, la isla era gobernada por Isaac Comneno, un soberano independiente, que fortificó Limassol y pacto con Saladino, temeroso de una invasión cruzada.


            No se sabe si Ricardo ya había planeado tomar la isla como puesto de apoyo, pero la actitud de Isaac le dio la excusa perfecta. Desembarcó en la costa sur de la isla el 5 de mayo, tomó Limassol, y se casó en la capilla de San Jorge, el 12 de mayo, con Berenguela. Allí recibió una embajada de Guido de Lusignan pidiendo su ayuda en la disputa del trono contra Conrado, así como otra embajada francesa que pedía el traslado urgente de Ricardo a Acre. El rey inglés sitió toda la isla y finalmente Isaac se rindió. Ricardo había prometido no aprisionarlo entre hierros, por lo que mandó construir unos grilletes de plata.



            La conquista de Chipre encumbró a Ricardo de honores y de tesoros, además de proporcionar a los cruzados un punto de apoyo importante. En un primer momento, Ricardo mantuvo la soberanía de la isla, nombrando a dos administradores angevinos, pero la impopularidad de este gobierno propicio ciertas revueltas, por lo que Ricardo decidió vender la isla a los templarios, por 100.000 besantes sarracenos, de los que recibió 40.000. En abril de 1192, los templarios vieron que gobernar la isla no era nada fácil, por lo que devolvieron la isla a Ricardo, que esta vez se la vendió a Guido, por 60.000 besantes. Guido estableció en Chipre una dinastía reinante que perduró hasta el siglo XV.

            Por fin, el 5 de junio Ricardo ponía rumbo a Acre, donde llegó el 8 de junio tras pasar por Tiro, donde no fue muy bien recibido por Conrado. En Acre se le recibió como a un salvador, como la pieza que faltaba para poder encaminarse de nuevo hacia Jerusalén. Desde que tomó la cruz en Tours tres años y medio antes, el rey Ricardo I Corazón de León, llegaba a Tierra Santa. 


La caída de Acre y la batalla de Arsuf

            Las campañas libradas en Palestina entre junio de 1191 y agosto de 1192 decidieron la presencia cruzada en Tierra Santa así como los detalles y elementos de ésta. También sirvieron para enfrentar a dos de los mejores líderes de su época, según lo que se detalla en las crónicas. Ricardo, como gran ejemplo de caballero total, y Saladino, que por primera vez se enfrentaba a una situación en la que no tenía el total control de la iniciativa. Aunque todas estas campañas crearon a su alrededor un tono épico, lo cierto es que sus resultados no estuvieron cargados de efectos decisorios. Para el mundo musulmán, la conquista de Chipre y la de los puertos palestinos fueron elementos secundarios, y para Occidente, la vida no cambió. Digamos que, tan sólo sirvieron para que la presencia cruzada en Outremer durara algo más.

            El 8 de junio Ricardo llegó a Acre, precipitando la caída de la ciudad. Saladino había fracasado en el intento de romper el sitio y de evitar la llegada de más refuerzos cristianos y, con la llegada del rey francés y sobre todo del inglés, los asaltos se intensificaron muchísimo. Los ejércitos cruzados contaban con gran cantidad de máquinas de guerra, de hecho, cada comandante cristiano contaba con un lanzapiedras. Felipe II contaba con varias máquinas, donde destacaba la “Malvoisine”. El conde de Flandes tenía dos, que al morir pasaron a Ricardo, quien a la vez tenía otras dos además de un par de catapultas y una torre de asalto. El fondo común, establecido en el campamento cristiano probablemente desde 1190, tenía su propio lanzapiedras, apodado el “Pedrero de Dios”. El bombardeo del puerto fue brutal y los repetidos asaltos de Saladino al campamento cruzado no consiguieron hacer mella, debido al superior número cruzado. Se estima que el ejército contaba en esos momentos con 25.000 hombres. Aun así, los defensores de la ciudad lucharon con valentía y tenacidad. No se exagera demasiado si se dice que las defensas de Acre tuvieron que ser demolidas piedra a piedra. De hecho, Ricardo llegó a ofrecer cuatro monedas a los soldados que quitasen una piedra de las defensas.

            Aun así, la victoria cruzada estuvo a punto de frustrarse por dos motivos: la enfermedad que atacó a los dos reyes, que casi los mata, y los conflictos políticos internos en el bando cruzado. Tanto Felipe como Ricardo se vieron afectados por una enfermedad de trincheras conocida como “arnaldía”, que casi acaba con ellos. Se dice que para evitar la desmoralización Ricardo, cuando se encontraba algo mejor, se subió en una litera y ordenó que le llevaran a un lugar a tiro de las murallas desde donde disparó su ballesta contra los defensores. Los conflictos políticos internos vinieron de la mano de la rivalidad de ambos reyes. Felipe Augusto no había olvidado el agravio de Mesina y además Ricardo rechazó su petición de la mitad de Chipre, atendiendo al pacto de Vézelay. Ricardo siempre se adelantaba al alquiler de servicios mercenarios debido a su mayor tesoro, y eso no sentaba nada bien al monarca francés. Además, Ricardo se había alineado junto a Guido en las pretensiones al trono de Jerusalén mientras que Felipe lo había hecho junto a Conrado. Parece que a Felipe no le gustaba nada el aura de héroe que rodeaba a Ricardo y que, tras los éxitos de Mesina y Chipre, se había acrecentado. Ricardo siempre aprovechaba para realizar una activa propaganda de ese papel de héroe caballero, portando magníficos ropajes, un grandioso corcel y diciendo que su espada era la misma que había llevado el rey legendario Arturo, Excalibur. Lo cierto es que en Acre se le recibió como un héroe, y probablemente el apodo de “Corazón de León” se lo ganaría ya en vida. Esta rivalidad, acrecentada por la superioridad que mostraba Ricardo y su egocéntrica actitud, puso en peligro numerosas operaciones militares.

            Los objetivos de Ricardo en Outremer estaban claros, quería recuperar el Reino de Jerusalén por lo menos hasta su extensión antes de Hattin, aunque para ello introdujo nuevas técnicas de lucha que no se habían visto en la zona hasta el momento, y que son una de las novedades de esta reformulación que fue la Tercera Cruzada: la diplomacia. A los pocos días de su llegada ya había comenzado las negociaciones con Saladino, sobre todo a través del hermano del sultán, Al-Adil. Estaba dispuesto a luchar y a matar, pero si podía negociar, intimidar a Saladino, y conseguir así sus objetivos, mejor. La lucha entre Ricardo y Saladino no fue un simple combate entre dos héroes que no se conocían, fue un combate entre dos grandes generales que lo sabían todo del enemigo, que conocían su carácter y sus habilidades. Las negociaciones se iniciaron el 17 de junio y, estos primeros contactos, sirvieron para sondear al enemigo. Saladino no iba a permitir, bajo ningún concepto, ni perder Jerusalén, la fuente de su reputación, ni perder la Transjordania, el vínculo entre sus dominios egipcios y sirios. Por su parte, Ricardo no tenía ninguna prisa en comprometerse a nada, él tenía la iniciativa, por lo que decidió finiquitar el asedio a Acre.

            Con su gran poder económico, incrementó el número de mercenarios a sueldo, dando cohesión y dirección unificada al campamento. Con una superioridad numérica ya muy acentuada, el 12 de julio la guarnición de Acre se rindió. Las condiciones de capitulación, negociadas en su mayor parte por Conrado de Monferrat, fueron las siguientes: se perdonaba la vida de los defensores, de sus mujeres e hijos, a cambio de un rescate de 200.000 dinares, la liberación de más de 1.500 prisioneros cristianos, así como la devolución de la Vera Cruz. Con la pérdida de Acre, Saladino perdía su arsenal más importante en Tierra Santa así como casi toda su marina, un terrible contratiempo. No le quedó más remedio que retirarse de las inmediaciones.

            Atendiendo al tratado de Vézelay, los reyes se dispusieron a repartirse entre los dos la ciudad, sin contar con los nobles que no se habían alineado tras ninguno de ellos. Este reparto poco igualitario irritó a muchos señores que. Como Leopoldo de Austria, decidieron volver a Europa ante tales agravios. A pesar de este reparto, Felipe no estaba cómodo y, como le indicó Ricardo en una carta a su canciller en Inglaterra, Guillermo Longchamp, el rey francés había tomado la decisión de abandonar Outremer. Esta decisión no fue bien recibida ni por los defensores más acérrimos del rey francés, que no encontraban justificación ante tal abandono. Aunque desde un punt o de vista objetivo, sin implicaciones religiosas, había razones suficientes. La muerte de Felipe de Flandes en Acre había puesto en marcha una reorganización territorial en Francia a la que el rey tenía que atender para intentar sacar beneficio, unido esto a la preocupación por su salud y por la de su hijo, así como a la de tener que buscar una nueva esposa. Además, las constantes humillaciones de Ricardo no ayudaban.

            Ante esta noticia, el rey inglés no se molestó demasiado, más bien la tomó con cierta alegría, ya que no significaba perder muchos hombres, la mayoría de los soldados franceses se quedaban, y sin embargo significaba encontrar vía libre a su poderío. El 22 de julio Felipe anunciaba su decisión de marcharse y el 28 de julio los reyes y los pretendientes al trono jerosolimitano se reunían y tomaban una decisión al respecto. Guido quedaría como rey vitalicio pero la sucesión recaería en Conrado e Isabel. Las rentas del reino se dividirían en partes iguales y a Conrado se le entregaría un señorío en el norte con capital en Tiro, mientras que al hermano de Guido, Godofredo, se le entragaba el condado de Jaffa y Ascalón, si se recuperaban claro. El 29 de julio Felipe juraba públicamente que no atacaría ninguna posesión de Ricardo en Occidente, nombraba al duque de Borgoña jefe de las fuerzas francesas en Tierra Santa y entregaba su mitad de Acre a Conrado, así como la mitad de sus cautivos. El 3 de agosto Felipe zarpó desde Tiro hacia Francia. Sólo su posterior éxito al conseguir un poder para Francia muy elevado, consiguió recuperar su reputación internacional.

            Ricardo intentó, con rapidez, ejercer su control sobre el resto del ejército francés, entregando a Hugo de Borgoña cinco mil francos. Pero donde iba a encontrar resistencia era en Conrado. Su independencia en Tiro y la mitad que controlaba de Acre le daban cierto poder, un poder que utilizaría para unir a los nobles locales de Jerusalén frente a Ricardo cuando este les diese motivos para ello. Mientras tanto Saladino era reticente a la hora de cumplir su parte de las condiciones de rendición de Acre para así ganar algo de tiempo y sembrar el desconcierto y las disensiones en el campamento cristiano. La ansiedad y la prisa que tenía el ejército cristiano por recuperar la Vera Cruz y sus líderes por la inmensa cantidad de dinares jugaba a su favor. Ricardo se dio cuenta de que no podía esperar más y, el 20 de agosto, diez días después de la fecha límite, ejecutó a más de 2.600 prisioneros. Esta ejecución fue vista por los cristianos como un acto legal, debido al incumplimiento de Saladino. El sultán vio de lo que era capaz su enemigo. Ricardo era capaz de controlar situaciones como la rendición de Acre y a la vez mostrar una cara salvaje en masacres como aquellas ejecuciones. Para contrarrestar la matanza, el líder kurdo, en las semanas siguientes, realizó ejecuciones sumarias a los prisioneros cristianos que tomaba.

            El 25 de agosto el ejército cristiano emprendió la marcha hacia el sur, pasando por el monte Carmelo, por Haifa, Cesarea y Arsuf, hasta llegar a Jaffa, el puerto de Jerusalén. Pero el camino no iba a ser un paseo ni mucho menos. Saladino les pisaba los talones en todo momento y realizaba frecuentes hostigamientos, unidos al sofocante calor. Ricardo ordeno el ejército en seis divisiones flanqueadas por los arqueros y la infantería. En la retaguardia iban los hospitalarios, los más hostigados de todos, en la vanguardia iban los templarios. Tras ellos iba una división de angevinos y bretones, la división de Guido, la división anglo-normanda dirigida por Ricardo y, tras el rey inglés, la división francesa dirigida por Hugo de Borgoña y Enrique de Champaña. La infantería marchaba en una columna por el lado de la tierra y los arqueros en otra por el lado del mar, con la caravana del bagaje. La flota cristiana seguía al ejército ofreciéndole protección y descanso. El paso del enorme ejército era muy lento, atravesando campos de cultivo quemados y fuertes arrasados. Los turcos acechaban a los cruzados sin cesar, provocando cierto número de bajas. Incluso Ricardo llegó a ser herido.

            El 4 de septiembre, se reanudaron las negociaciones diplomáticas, pero no llegaron a buen puerto. La única alternativa que quedaba era una batalla campal. El 7 de septiembre, al sur del bosque de Arsuf y al norte de la ciudad, Ricardo, ante la presión musulmana, hacía girar sus columnas y se preparaba para la batalla. La táctica de los turcos era la de hostigar a las líneas cristianas con la caballería ligera para provocar un cotraataque desorganizado y matar de forma poco sistemática a los cristianos con sus arqueros montados, mientras que la de los cruzados era resistir a los arqueros turcos usando la infantería como pantalla hasta que las tropas de Saladino se hubiesen metido de lleno en un combate cuerpo a cuerpo, momento en el cual se daría la orden de una carga masiva de caballería para barrer a los musulmanes del campo de batalla.





A las nueve de la mañana se inició la batalla. Las líneas cristianas fueron atacadas sin parar durante horas, pero lograron resistir. Los hospitalarios, en el flanco izquierdo, bastante dañados, no esperaron más y decidieron cargar, arrastrando consigo a la división francesa. Ricardo aprovechó la iniciativa de los religiosos para ordenar la carga masiva. Saladino consiguió reagruparse y lanzar un contraataque, pero fue rechazado debido a la rápida reorganización que había conseguido Ricardo impidiendo a sus hombres dispersarse persiguiendo al enemigo. Varias cargas finales de los cruzados expulsaron a las tropas del sultán del campo de batalla. Ricardo había vencido pero el ejército de Saladino había escapado, por lo que no se puede comparar esta batalla con Hattin. Son muchos los que dicen que no fue más que otra escaramuza, de mayor escala, de las muchas que tuvo que resistir el ejército cruzado en su descenso a Jaffa. Muchos hombres murieron en la batalla de Arsuf, como el mencionado Jaime de Avesnes. El 10 de septiembre Ricardo llegaba a Jaffa. Arsuf llevó a Saladino a un campo desconocido. Por primera vez sentía, tras Acre y Arsuf, el amargo sabor de la derrota y la cruel incertidumbre de sentirse a la expectativa, sin iniciativa posible. Además parte de su éxito se había basado en ofrecer a sus militares y gobernadores parte del botín conseguido, y éste se le acababa. Por su parte, el ejército cristiano tenía el apoyo naval así como la moral llena de confianza. Por momentos parecía que Ricardo se estaba imponiendo en este glorioso combate.

Las fallidas marchas hacia Jerusalén y el fin de la Tercera Cruzada

            El ejército cristiano se había establecido en Jaffa y en sus alrededores, desde donde tenían Jerusalén a tiro. La experiencia decía a Ricardo que las probabilidades de conseguir la victoria en un asedio aumentaban si se controlaba los alrededores, por lo que la conquista de Ascalón era prioritaria. Como mínimo, el control de Ascalón impediría que Saladino reforzase con facilidad a su ejército del sur palestino. Pero el líder kurdo se adelantó y mandó destruir las fortificaciones del puerto. El hecho de no poder impedir esta acción al ejército musulmán fue un grave error para Ricardo, como se verá.

            Las dudas estaban claras: atacar Jerusalén o centrarse en la nueva fortificación de Ascalón y un intento de conquista de Egipto. Sus seguidores estaban ansiosos por atacar la Ciudad Santa, y él sabía de la importancia de ganar posiciones en los alrededores. Para contentar a los cruzados, y a la vez añadir presión sobre Saladino, intento realizar las dos cosas a la vez. Negocio con los genoveses una supuesta conquista de Egipto, nunca se sabrá si iba o no en serio, pero sirvió para presionar al sultán y para reanudar las negociaciones con Al-Adil. Se llega incluso a decir que Ricardo llegó a ofrecer a su esposa Juana en matrimonio con el hermano del sultán, como parte de un tratado de condominio cristiano-musulmán, pero el propio Ricardo no tardaría en desmentirlo, alegando que era una broma, probablemente debido a la colérica reacción de Juana. Además, Conrado de Monferrat, desde su posición independiente, también estaba negociando con Saladino, por lo que la situación requería una solución rápida: la marcha sobre Jerusalén.

            Tiempo después, muchos autores dirán que aunque se hubiese tomado Jerusalén, hubiera sido imposible de defender, pero hay que pensar que los cruzados estaban allí sólo con un objetivo, recuperar la Ciudad Santa. Con todas las dificultades tanto militares como políticas que se estaban agrupando en torno a los cruzados, la única posibilidad de victoria en Tierra Santa era asestar a Saladino un duro golpe que le hiciese caer, y había que hacerlo rápido. Había que atacar Jerusalén aunque estuviesen en mitad del invierno.

            El 31 de octubre Ricardo partió junto a su ejército desde Jaffa por el camino de Jerusalén. Pero el avance era lentísimo, puede que provocado por la propia reticencia de Ricardo a marchar sobre la ciudad. En la Primera Cruzada, sólo se tardó una semana en llegar a Jerusalén desde la costa, mientras que, después de dos meses, el ejército cruzado de Ricardo sólo había alcanzado Bayt Nuba, a unos 20 kilómetros de la Ciudad Santa. Las frecuentes incursiones turcas unidas al mal tiempo y al empeño cruzado de reconstruir todos los castillos del camino hacían de la marcha una lenta procesión. Mientras tanto, las conversaciones con Al-Adil seguían adelante, cosa que no gustaba a todos los cruzados, sin muchos éxitos debido al empeño de Ricardo en recuperar las fronteras anteriores a 1187.

            Finalmente llegaron a las colinas de Judea, donde sólo había un día de camino hasta Jerusalén. El tiempo era horroroso por lo que se estableció un duro debate en las filas cruzadas. Seguir adelante o retirarse. Los veteranos de Oriente sostenían que un ataque no era prudente, que no se podría defender la ciudad y que era mejor fortificar Ascalón. El 13 de enero de 1192, Ricardo ordenó la retirada. La moral del ejército se vino abajo. Todos veían tan cerca el final de la cruzada, la gloriosa visita al Santo Sepulcro, que nadie entre los cruzados de a pie entendía la decisión de Ricardo. Las divisiones se acrecentaron en el campamento cruzado. Enrique de Champaña se mantuvo al lado del rey pero Hugo de Borgoña se retiró, aunque se quedó en el sur de Palestina, y otros muchos señores se unieron a Conrado de Monferrat en Tiro. Saladino pudo ver la debilidad del ejército cruzado y además dejó de temer por la pérdida de su autoridad en Siria. No se sabe si Ricardo en realidad no quería atacar Jerusalén y sólo era una estrategia para hacer salir a Saladino de la ciudad, pero el plan fracasó, no se obtuvo ninguna ventaja estratégica importante, se realizó un esfuerzo agotador inútil y, además, Saladino había visto los puntos débiles cruzados. Sólo se puede decir que Ricardo mantuvo, durante el máximo tiempo posible, todas las alternativas vivas. Pero no se pudo evitar que muchos se preguntaran que estaban haciendo los occidentales en Tierra Santa.

            Ricardo pasó rápidamente a la acción para intentar dejar de lado la decepción. A finales de enero el rey inglés llegó a Ascalón y puso a su ejército a reconstruir las fortificaciones de forma masiva, para convertirla en la fortaleza más poderosa de la costa. Esta tarea mantuvo ocupado al ejército durante cuatro meses. Las divisiones faccionarias en Acre salieron de nuevo a la luz, y Ricardo tuvo que ir al puerto cristiano a finales de febrero. Conrado, apoyado por genoveses, Hugo de Borgoña y sus franceses, y unos cuantos señores jerosolimitanos, cuestionaba la autoridad de Guido, que a su vez estaba apoyado por los pisanos y por Ricardo. Había que resolver la cuestión del señorío de Acre y de la sucesión del trono jerosolimitano cuanto antes. Para ello, a mediados de abril Ricardo abandonó a Guido en favor de Conrado. A Guido se le entregó el señorío de Chipre en compensación. Pero, la muerte, el 28 de abril, de Conrado en Tiro a manos de dos “hashashin”, volvió a abrir la polémica. Hugo de Borgoña intentó hacerse con el control de Tiro pero, finalmente, el candidato elegido fue Enrique de Champaña, el 5 de mayo. Marido de la princesa Isabel y veterano ya en Outremer, parecía el candidato más idóneo.

            Ricardo pudo así seguir con sus avances al sur. Ricardo sitió Darum para seguir presionando a Saladino en las negociaciones. El bastión cayó el 22 de mayo. Poco después se unió al ejército Enrique, a quien Ricardo regaló Darum, y también Hugo, con el resto de tropas francesas. Pero los nobles, tanto franceses como de Ricardo no estaban dispuestos a esperar más para la toma de Jerusalén. En unas negociaciones secretas decidieron marchar sobre la ciudad, con o sin el consentimiento del rey inglés. Filtraron la noticia al campamento para asegurarse el fervor de los soldados y Ricardo, al enterarse, mostró su hostilidad hacia el plan pero tuvo que aceptar a regañadientes. Además, prometió no abandonar Tierra Santa hasta la Pascua de 1193.

            La segunda marcha hacia la ciudad fue totalmente distinta. A pesar de que el tiempo era caluroso y escaseaba el agua, se tardó cinco días en llegar a Bayt Nuba. Allí se montó el campamento y se frenó la marcha, como consecuencia de los distintos puntos de vista que reinaban entre los cruzados. Esta demora permitió a Saladino reorganizarse, ya que el rápido avance le había pillado por sorpresa. El alto mando del líder sunní estaba intranquilo y muy dividido. Se debatía entre dos opciones, resistir en la ciudad o salir a hacer frente a los cruzados. Se empezaron a tomar medidas para la seguridad de la ciudad. El 3 de julio se decidió que Saladino abandonase la ciudad para su seguridad. En las oraciones del viernes, celebradas en la mezquita de Al-Aqsa, el sultán lloró sin esconderse.

            Realmente no había motivos para esa preocupación, ya que las divisiones en el campamento cruzado eran enormes. Tras varios debates, Ricardo decidió resolver el asunto convocando un comité que decidiría si se continuaba el avance o si se volvía a dar marcha atrás. Ricardo mostró una astucia tremenda. Dejó fuera del comité a sus estrechos colaboradores para simular imparcialidad, pero sin embargo tenía el resultado ganado de antemano. El comité lo formaron cinco templarios, cinco hospitalarios, cinco nobles de Jerusalén y cinco nobles franceses. Sólo los últimos querían continuar. El 4 de julio Ricardo volvía a ordenar la retirada. La amargura y decepción fueron tremendas en el seno cruzado. Aquel fue un momento decisivo. Nunca más en las cruzadas estaría un ejército occidental tan cerca de Jerusalén con ánimo hostil.

            Los franceses se marcharon negándose a seguir el plan de Egipto y Ricardo carecía de hombres, dinero y barcos suficientes para llevarlo a cabo. Además, tenía que volver con rapidez a occidente, ya que sus dominios peligraban por la acción de su hermano Juan y de Felipe II. Las posiciones se aclaraban. A finales de julio, Ricardo volvió a Acre y, aprovechando su ausencia, Saladino atacó por sorpresa Jaffa. Si conseguía tomar el puerto, la situación cristiana sería crítica. El 28 de julio se inició el asalto y el 31 de julio el acuartelamiento acordó entregar la ciudad, retirándose de la ciudadela mientras los turcos saqueaban Jaffa. Pero justo aquella noche, apareció Ricardo con una pequeña flota, cuando la ciudadela estaba aún en manos cristianas. El 1 de agosto realizó un heroico desembarco, que el mismo lideró en la vanguardia, contra un enemigo muy superior en número. La sorpresa y la potencia de su carga otorgó a los cristianos una victoria inesperada, y aumento la reputación de Ricardo, algo mermada tras las dos marchas fallidas a Jerusalén. Dicen algunas fuentes que sólo le acompañaban 17 caballeros y unos pocos cientos de soldados de infantería.

            Se restauró la situación anterior. Ricardo no podía tomar Jerusalén, pero Saladino no podía expulsar a los cristianos de la costa. Las negociaciones eran el único camino posible. Pero la necesidad de partir hacia occidente de Ricardo otorgaba a Saladino cierta ventaja en las conversaciones. Ricardo capituló ante Saladino y aceptó destruir las fortificaciones de Ascalón. El 2 de septiembre se firmaba el acuerdo de Jaffa: a cambio de una tregua de tres años, en la que se incluía Antioquía y Trípoli, se repartiría Palestina. Los cristianos mantendrían Acre, Jaffa y la costa intermedia y la llanura costera sería un condominio. Se garantizaba el libre movimiento por ambos territorios así como la visita de los peregrinos cristianos al Santo Sepulcro. Muchos cruzados cumplieron sus votos y visitaron Jerusalén antes de partir. Uno de ellos fue el obispo de Salisbury, Huberto Gualterio, que consiguió la promesa de Saladino de que permitiría que unos clérigos latinos oficiaran en el Santo Sepulcro, en la Natividad de Belén y en la Anunciación de Nazaret. Ricardo declinó visitar Jerusalén, para así dejar abierta la puerta de su regreso, algo que nunca realizaría.

La cruzada había terminado. Ricardo I Corazón de León zarpaba de Acre el 9 de octubre. Un naufragio cerca de Venecia provocó que fuese apresado por su enemigo Leopoldo de Austria cerca de Viena el 21 de diciembre, cuando intentaba regresar a sus dominios de incógnito. Fue entregado a Enrique VI de Germania, de quien permaneció prisionero hasta febrero de 1194. En vez del recibimiento de un héroe, pasó más de un año en una prisión. Mientras tanto, el 4 de marzo de 1193, el otro gran héroe, el sultán Saladino, digno enemigo de Ricardo, moría en Damasco.

CONSECUENCIAS DE LA TERCERA CRUZADA

-Respuestas contemporáneas: casi nadie puso en duda el heroísmo, pero a la vez se cuestionó el alto coste para tan poco beneficio. El coste fue realmente tremendo. Se exprimió a la población con impuestos para sufragar las expediciones, unas expediciones que no lograron alcanzar el objetivo de Jerusalén. El coste de vidas humanas también fue enorme: muchos hombres murieron en la campaña, ya fuese por las heridas producidas en los numerosos enfrentamientos, por las enfermedades o por el hambre. La Tercera Cruzada sirvió para glorificar y convertir en héroes a ciertos personajes, como Ricardo Corazón de León o Jaime de Avesnes, que con supuestas acciones temerarias y valientes consiguieron éxitos para los cruzados. Pero fue una glorificación de doble rasero, ya que también había muchas voces críticas que la empañaban, sobre todo provenientes de la Iglesia. Una jerarquía eclesiástica que decía que esos líderes se habían olvidado del objetivo divino, de la conquista de Jerusalén, y sólo se habían preocupado de su propio beneficio, representado en los debates que se dieron cuando el ejército cruzado estaba a las puertas de la Ciudad Santa. Como dice Jacques de Vitry, “persiguiendo su propia gloria y su interés personal, y no los de Jesús”.

-El propósito de Dios parecía menos claro que nunca. Era el pecado de los hombres la explicación de sus fracasos terrenales, pero había ciertos reproches. Tierra Santa se mantendría como uno de los reproches principales a los pecados de los hombres durante siglos. La Iglesia mantendría este tema como algo recurrente durante mucho tiempo. No se estaban haciendo las cosas bien, no se dejaba de pecar, y los fracasos en Tierra Santa así lo demostraban. Desde mi punto de vista, estos fracasos no eran tan perjudiciales para la Iglesia, sobre todo a corto plazo. Con ellos, podía mantener siempre ese filón de reproche y de unidad hacia la cristiandad así como permitirse el lujo de convocar nuevas expediciones que, desde el punto de vista eclesiástico, eran expresiones de su poder sobre los reyes y nobles.

-Sin embargo, en el lado material, la cruzada cosechó ciertos éxitos, como el hecho de la conquista de Acre, que era un importante puerto comercial, o la incorporación de Chipre. La toma de Acre fue un éxito importantísimo, ya que podría servir de base para futuras expediciones así como de importante bastión y capital para el Reino de Jerusalén. Con la toma del puerto, la pervivencia del reino latino se hacía más segura. La importancia de la ciudad quedó demostrada un siglo después cuando, en 1291, caía en manos de los mamelucos y suponía el principio del fin del Reino de Jerusalén, que se consumaría en pocas semanas.

-La Tercera Cruzada sirvió también para consagrar la importancia del mar, ya no habría más expediciones a pie. Las expediciones marítimas habían puesto de manifiesto numerosas ventajas, como la rapidez o la no confrontación con los estados que estaban en el camino hacia Tierra Santa, aunque suponían un elevado coste del que muchas veces se beneficiaban las repúblicas marítimas italianas, que estaban realizando importantes negocios con las cruzadas.

-Las negociaciones diplomáticas se perfilaron como prioritarias. La táctica de negociar con los musulmanes y viceversa, que ya se venía practicando en cierta medida, se puso de manifiesto durante la Tercera Cruzada de forma completa, con la batería de negociaciones que mantuvo Ricardo Corazón de León con el hermano de Saladino. Como ya se ha comentado, se llegó incluso a hablar de un condominio. Esta táctica de las negociaciones será algo habitual en las siguientes expediciones a Tierra Santa, llegando a su apogeo en 1229, cuando se firmaba el tratado de Jaffa entre Federico II y al-Kamil, por el cual se firmaba una tregua de 10 años y el emperador germano obtenía Jerusalén, Belén y Nazaret, además de una ruta de peregrinos que conducía hasta Jaffa. Jerusalén debía quedar sin defensas y los musulmanes se guardaban el control de la zona del templo, con sus mezquitas.

-Además, la estrategia egipcia de Ricardo se mantendría con mucha fuerza, siendo uno de los objetivos de futuras expediciones. Sin ir más lejos, en la siguiente cruzada, la famosa cruzada de la toma y saqueo de Constantinopla, el objetivo primero era la toma de Alejandría, para desde allí atacar Tierra Santa.


BIBLIOGRAFÍA: 

-TYERMAN, Christopher. Las guerras de Dios. Una nueva historia de las Cruzadas. Editorial Crítica, Barcelona 2007.


-DE AYALA MARTÍNEZ, Carlos. Las Cruzadas. Editorial Sílex, Madrid 2004.

-FLORI, Jean. Ricardo Corazón de León. El rey cruzado. Biografía Edhasa, Barcelona 2002.

-MADDEN, Thomas (Coor.). Cruzadas. Cristiandad, Islam, peregrinación, guerra. Editorial Blume, Barcelona 2005.

-BAHA AL-DIN IBN SHADDAD, RICHARDS (Trad.). The rare and excellent history of Saladin. Editorial Ashgate, EEUU 2002.

-NICHOLSON, Helen (Trad.). The chronicle of the Third Crusade. The Itinerarium Peregrinorum et Gesta Regis Ricardi. Editorial Ashgate, EEUU 2001.


Escrito por Javier Albarrán 


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